De día
con los gestos
en su sitio,
con la
boca abierta para
que le entren
las moscas,
para morir
mordiendo como un pez la
mentira.
No cree
en las sombras
de los árboles,
que cambian con el sol
y señalan el capricho del viento.
Ni madruga,
porque ni
amanece más temprano,
ni Dios va
llevarle el desayuno
a la cama.
Omnipresente hasta
donde le llegan
las ganas.
Ni cree
en el detergente
ni en los
besos en la
mejilla,
ni en
las treinta monedas
que costaría su
resurrección…
a veces
piensa que el amor es
un artificio innecesario.
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